Dorian Gray posee la juventud perfecta, el rostro de un dios antiguo y un alma aún intacta. Pero al contemplar su retrato —un lienzo que empieza a reflejar los estragos de sus excesos—, se entrega a una vida de belleza, hedonismo y destrucción. Mientras su imagen permanece inalterable, su conciencia se marchita en secreto, entre fiestas, susurros y crímenes. El tiempo no pasa por su piel, pero deja huellas en su alma.
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